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Qué bonito que es el amor

martes, 11 de septiembre de 2007

Cuando estás enamorado no tienes frío, ni calor, ni hambre, cantas bajo la lluvia, le sonríes a la gente en el autobús... Pues sepan ustedes que toda esa pasión no es más que una reacción química que se produce en el cerebro... Nos enamoramos porque nuestro cerebro segrega una droga que nos deja tarumbas y nos produce una especie de enajenación mental transitoria. Eso es la pasión: un chute cerebral, una locura que se pasa cuando faltan esas drogas. Por eso un buen día sales de la idiotez y te encuentras con al realidad.

Ésta es la realidad:

Cuando hay pasión, si él ronca, ella le da un besito y le dice:
- Date la vuelta, cielo, pero no sufras, a mí tus ronquidos no me molestan, pareces un lama tibetano, ommm, ommm..., me das una paz...

Cuando no hay pasión y él ronca, ella le mete el codo en las costillas y le dice:
- Ahora sí que pareces un lama, que te has quedado calvo.

Cuando hay pasión, le dejas notitas en la nevera: “Cariño, te quiero, no te he despertado porque dormías como un angelito”.

Cuando no hay pasión los mensajes de la nevera cambian: “Si cuando te levantes todavía están abiertas las tiendas, compra pasta de dientes... ¡y úsala!”.

Cuando hay pasión ella le mete los pies fríos entre las piernas y él se aguanta:
- Pero cariño, ¿cómo tienes los pies tan helados? ¡Pareces Walt Disney!.

Cuando no hay pasión entre las piernas no se mete nada... y también te aguantas.

Cuando hay pasión vas corriendo a abrirle la puerta en cuanto oyes el tintineo de sus llaves:
- Pareces una gatita con el cascabel.

Cuando no hay pasión, aunque la oigas dos horas forcejeando con la puerta, no abres:
- Menudo escándalo, se tiene que enterar todo el vecindario de que llegas. Pareces una vaca con el cencerro.

Cuando hay pasión te encanta que ella te haga un pase de ropa interior:
- Házmelo como en Nueve Semanas y media.

¿Nueve semanas y media? Cuando no hay pasión le gritas:
- ¡Hace nueve semanas y media que están tus bragas en el bidé!.

Cuando hay pasión le untas el bronceador con parsimonia, te recreas en todos sus rinconcitos:
- A ver por aquí... Por aquí te falta un poquito. ¡Huy!, pero si este huequito me lo había dejado. ¡Ahora ya puede tomar el sol mi niña!

Cuando no hay pasión, le echas un pegote de crema y le frotas la espalda como si limpiaras un cristal:
- ¡Hala! Ya estás.

Cuando hay pasión le encuentras parecido a tus actrices favoritas:
- La misma boquita que Penélope Cruz, la nariz exacta a Claudia Schiffer...

Cuando no hay pasión, el parecido es otro:
- Cada día te pareces más a tu madre.

Cuando hay pasión, te encanta que ella se pase un poquito con la bebida, te parece que coge... un pedito ideal.
- Qué graciosa te pones cuando bebes, se te suelta la lengua y eres tú misma.

Cuando no hay pasión:
- ¡Qué graciosita te pones cuando te encogorzas! Hay que ver lo que se han reído cuando les has contado lo de mi estreñimiento.

Cuando hay pasión, ella te despierta cariñosamente si te has quedado dormido en el sofá:
- Que te vas a quedar frío...

Cuando no hay pasión, te deja allí tirado, con la tele puesta... ¡Incluso la apaga! Eso es porque no quiere que te despiertes. ¡Nunca!

Y por último, cuando hay pasión, después de hace el amor te quedas enroscadito, agarradito a ella como a un osito de peluche. Cuando no hay pasión, se produce el efecto pop corn: en cuanto has terminado, saltas como una palomita de maíz y te quedas durmiendo como caigas.

Y es que la mejor forma de medir la pasión es el sexo: al principio a todas horas, luego uno al día, uno a la semana, uno al mes, uno al año... ninguno: “Pa’qué”.

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